Se estima una incidencia de daño cerebral al año en 250 menores por cada 100.000. Beatriz Gavilán, desde la Unidad de Daño Cerebral del Hospital Beata María Ana, recomienda intervenir lo antes posible, atender la globalidad del niño y llevar a cabo una función de apoyo y acompañamiento durante todo el proceso hasta la transición a la vida adulta.
El 3 de diciembre, el Hospital Beata María Ana, coincidiendo con la celebración del Día Internacional de las Personas con Discapacidad, incidió en la necesidad de abordar el daño cerebral en niños y jóvenes desde una concepción global, mediante la aplicación de programas de rehabilitación transdisciplinar, en los que participen el médico o médicos del niño o niña y terapeutas de diversas disciplinas, como logopedas, terapeutas ocupacionales, fisioterapeutas, neuropsicólogos y psicólogos de familia. Asimismo, el Hospital recuerda la necesidad de contar siempre con el colegio y la familia a la hora de poner en marcha estas terapias.
Datos del sector sanitario ponen de manifiesto que el daño cerebral adquirido (DCA) es una de las principales causas de interrupción normal del desarrollo de un menor, con una incidencia de 250 niños por cada 100.000 al año.
“Por nuestra larga experiencia, sabemos lo importante que es realizar seguimientos en niños que han estado en situación de riesgo neurológico, dado que las alteraciones tras una lesión cerebral muchas veces pasan desapercibidas en los primeros momentos, bien porque el niño sea muy pequeño o por el nivel de exigencia del entorno. En cualquier caso, lo importante es intervenir lo antes posible, atender la globalidad del niño y llevar a cabo una función de apoyo y acompañamiento durante todo el proceso hasta la transición a la vida adulta”, explica Beatriz Gavilán, neuropsicóloga de Rehabilitación Infantil del Hospital Beata María Ana, a este respecto.
El daño cerebral es uno de los motivos más frecuentes de discapacidad en población infantojuvenil, y su origen puede ser genético (malformaciones cerebrales), perinatal (parálisis cerebral infantil) o adquirido (traumatismos craneoencefálicos, accidentes cerebrovasculares, tumores cerebrales, leucemias o meningitis, entre otros).
Las consecuencias derivadas del daño cerebral pueden ser múltiples, afectando no solo a aspectos motores, como pueden ser tetraparesias o diplejías, que dan lugar a importantes restricciones en el movimiento, sino también a funciones cognitivas, que provocan dificultades de concentración, problemas para atender, recordar, hablar, controlar impulsos y enfados, entender o jugar con compañeros. En definitiva, el daño cerebral constituye un obstáculo para que el niño desarrolle unas habilidades sociales, personales y de autonomía al nivel que cabría esperar a su edad.
“Cuando ocurre un daño cerebral a edades tempranas es muy importante tener en cuenta las características propias de la población infantil, dado que nos encontramos ante un ser humano en pleno crecimiento. En esta fase, el principal protagonista es el cerebro, que adquiere capacidades y va completando su desarrollo (el niño aprende a andar, a leer, a sumar…). De esta forma, para saber el alcance real que va a tener ese daño, es muy importante realizar seguimientos del desarrollo en los niños, que incluyan valoraciones de diferentes profesionales: médicos, neuropsicólogos, fisioterapeutas, etc.”, añade Beatriz Gavilán.
Este último aspecto se considera muy importante, pues en muchas ocasiones, cuando el daño cerebral se produce a edades tempranas, las alteraciones no se ponen de manifiesto en los primeros momentos. Por eso, cobra especial relevancia las exploraciones neuropsicológicas, donde se valora el funcionamiento cognitivo, emocional y conductual del menor con el objetivo de detectar posibles alteraciones en su desarrollo. Es importante señalar que las consecuencias se manifestarán en forma de dificultades para que el niño pueda ir adquiriendo el nivel esperado para su edad.
La neuropsicóloga de Rehabilitación Infantil del Hospital Beata María Ana insiste en que la atención a las consecuencias derivadas de un daño debe realizarse desde una perspectiva global. Es decir, teniendo siempre en cuenta todas las dimensiones del niño y sus diferentes entornos (familiar y escolar). “La razón es que dichas consecuencias tienen un impacto directo en su modo de vida y afectan a todas las esferas en que se desarrolla, incluido el ámbito de relaciones familiares: padres, hermanos, abuelos, tíos… Por tanto, la atención que se le preste debe contemplar una rehabilitación transdisciplinar en coordinación con el colegio y la familia. El objetivo perseguido es que el niño alcance siempre el mayor grado de autonomía posible y mejore su calidad de vida y la de su familia”, finaliza Gavilán.