La agitación conductual es una de las condiciones más graves y que mayor desafío supone para familiares, profesionales y las propias personas que la sufren. David De Noreña, neuropsicólogo de la Unidad de Daño Cerebral del Hospital Beata María Ana, compartió su conocimiento y experiencia en el tratamiento de pacientes neurológicos que presentan esta alteración en la apertura de NeuronUP Academy 2022, la academia de formación en neurorrehabilitación de NeuronUp.
El pasado mes de enero la plataforma de neurorrehabilitación NeuronUp estrenó NeuronUP Academy 2022. David De Noreña, neuropsicólogo de la Unidad de daño Cerebral del Hospital Beata María Ana, fue el ponente encargado de la apertura de esta nueva edición. Entre sus funciones se encuentran la de evaluar y rehabilitar las alteraciones neuropsicológicas en personas que han sufrido daño cerebral adquirido. Su ponencia se centró en el abordaje no farmacológico del paciente neurológico agitado.
Una persona agitada genera un gran impacto en sus relaciones y y en su propia seguridad e integridad. David De Noreña recurrió a la definición de agitación de J.P. Lindenmayer: “un estado de tensión interna acompañada de inquietud psicomotora, elevada reactividad a los estímulos, irritabilidad, actividad motora o verbal sin un claro propósito”, si bien declaró que deja abiertas numerosas preguntas. Nuestro ponente también explicó que esta condición puede darse en infecciones o alteraciones metabólicas (ej. infección de orina), trastornos psiquiátricos (psicosis, trastornos de personalidad, etc.), aunque su disertación se centrará en las alteraciones neurológicas, como las derivadas de TCE, encefalopatías y las que tienen que ver con la demencia.
Inquietud psicomotriz, deambulación, vocalizaciones perseverativas o gritos, ansiedad, irritabilidad, hostilidad, oposicionismo, agresividad…Para David de Noreña, “la agitación conductual no deja de ser un cajón de sastre en el que caben numerosas conductas observables o reacciones emocionales que tienen un importante impacto sobre el entorno”.
¿Qué le pasa?
La cuestión es ¿cuál debe ser el proceder habitual ante la agitación? ¿Cómo podemos protegernos y proteger a una persona que muestra frecuente agitación? ¿A alguien que se resiste al cuidado, que, grita, llora e incluso a veces agrede? “Seguro que nos vienen a la cabeza contenciones físicas o farmacológicas”, reflexionó nuestro neuropsicólogo. Pero quiso ir más allá, invitando a quienes participaron en su ponencia online a averiguar qué factores subyacen y/o propician la aparición de una conducta inadecuada, a adoptar la perspectiva de la persona agitada, para comprender por qué ocurren esas conductas, qué contexto, necesidades y qué alteraciones cognitivas pueden estar en la base de lo que llamamos “agitación”.
Citando el estudio de Cohen-Mansfield (2000), explicó que bajo las alteraciones conductuales subyace algún tipo de necesidad no cubierta, que puede no ser aparente por el observador o el personal no tiene capacidad de cubrirla (ej: deprivación sensorial, miedo, aburrimiento, soledad). “Todo ello nos lleva a pensar que, incluso en lo que llamamos agitación, hay una propositividad en la conducta, dada la experiencia del paciente, con su nivel de alerta, su vivencia de la realidad, etc.”, dijo. Así, por ejemplo:
– Conductas dirigidas a cubrir una necesidad (ej: deambular para autoestimularse o reducir tensión interna)
– Conductas orientadas a comunicar una necesidad (ej: gritos, perseveraciones verbales, golpear la barandilla)
– Conductas resultantes de no poder cubrir una necesidad (ej: agresión iniciada por incomodidad o dolor, hambre, sed)
Desencadenantes de la conducta
Desde este punto de vista, al igual que actuaríamos con un niño o niña, cuyo cerebro está en desarrollo, “con un paciente neurológico también deberíamos plantearnos antes un abordaje desde lo conductual y basado en la prevención“, afirmó. ¿Cuáles son los estímulos externos o internos, es decir, los antecedentes, que pueden actuar como desencadenantes de la conducta? Esta sería la pregunta.
“Los aprendizajes previos y las contingencias de la conducta determinarán que en el futuro este tipo de comportamiento se produzca más o se vaya extinguiendo. Pero no debemos olvidar el gran modulador que supone la situación cognitiva o neurológica del paciente. Además del estrés propio de un entorno aparentemente hostil, en el paciente neurológico se añade una mayor vulnerabilidad, al tener un umbral de tolerancia menor a esos estímulos o carecer de estrategias adecuadas para afrontarlos“, continuó De Noreña, no sin antes exponer algunos de los posibles desencadenantes de la conducta inapropiada.
Entre los estímulos externos podrían hallarse las restricciones a la movilidad (cinchas, sujeciones, barandillas), falta de intimidad, desnudez, manejo por parte de la persona cuidadora, etc. Ansiedad, dolor o incomodidad, fatiga, sensación de inseguridad, hambre o sed, frío o calor, estreñimiento/ incomodidad con el pañal, necesidad de socialización, frustración o aburrimiento podrían encontrarse entre los estímulos internos.
Por otro lado, nuestro experto recordó que la situación neuropsicológica de la persona agitada puede verse agravada por la desorientación, alucinaciones, confusión, falta de conciencia de los déficits, fabulaciones, alteraciones de memoria, afasia o desregulación emocional, entre otros problemas.
¿Cómo actuar?
David De Noreña insistió en que el mejor abordaje para la agitación conductual es prevenir; “actuar antes de que nada suceda”. Lo primero que hemos de preguntarnos es si somos capaces de detectar que necesidad subyace. ¿Podemos comunicarnos con el paciente? ¿Podemos proporcionarle el modo de realizar actividad física, orientarle? Etc, etc.
Y es que como cuidadores o profesionales, a veces podemos reforzar inadvertidamente la conducta problemática: le damos un paseo justo cuando está muy nervioso y gritando; intentamos confrontar la fabulación/delirio para “hacerle entrar en razón”, solo nos acercamos a su habitación cuando está gritando; le cambiamos la comida por algo que le gusta porque tira la bandeja; convertimos el momento de la ducha en algo desagradable (ej: frío, brusquedad). Quizá, una vez asegurado que el paciente no sufre un peligro inmediato, ignoramos dicha conducta y no nos planteamos cuáles son los posibles desencadenantes, reduciéndolo a un “está agitado”.
En lugar de lo anterior, ante la agresividad de una persona agitada:
- Ante todo, buscaremos la seguridad del paciente y nuestra.
- Hablaremos bajo, despacio, con claridad y respeto. Le diremos cosas del tipo: Estás gritando y la gente está asustada. Creo que los dos estamos nerviosos. ¿Qué te parece si intentamos calmarnos?
- Le daremos las instrucciones una a una.
- Le preguntaremos cómo podemos ayudarle.
- Prestaremos atención al lenguaje corporal (nuestro y suyo).
- Mantendremos una distancia de seguridad, sin darle la espalda y mejor ligeramente de lado.
- Atenderemos su necesidad si es posible y, si no, intentaremos otras alternativas
- Procuraremos redirigir su atención.
- Trataremos de convencerle de que se tome la medicación La medicación es para ayudarle a relajarse, no para ayudarnos a nosotros.
- Contemplaremos siempre las demostraciones de fuerza y las contenciones como último recurso.