¿Cómo un niño alcanza la suficiente fuerza, coordinación, etc. de los órganos bucofonadores necesarios para poder articular correctamente los sonidos que precisamos para hablar? Parte de este “entrenamiento” se lleva a cabo por medio de la alimentación. Así nos lo explica la logopeda Estefanía Rodríguez.
Por Estefanía Rodríguez Sanz
Logopeda de la Unidad de Rehabilitación Infantil del Hospital Beata María Ana
Hace unas semanas una de las mamás que acuden con su hijo, de tres años, a rehabilitación me comentaba lo sorprendida que estaba por la relación tan estrecha que existe entre el desarrollo de la alimentación y del habla. Pero lo que más le asombraba es que nadie le hubiese informado a ella, ni a otras familias que conocía, sobre este tema. Por lo que después de un rato hablando, se giró y me dijo: “¿Y por qué no lo haces tú? Cuenta al resto de padres lo que he descubierto yo en estos meses”.
En este caso, los padres acudieron a la Unidad porque tenían dificultades para introducir la alimentación sólida y porque el niño no hablaba, pero lo planteaban como dos aspectos independientes, que nada tenían que ver el uno con el otro. Una vez realizada la valoración y vistas las dificultades que presentaba el niño, empezamos por trabajar los problemas de alimentación, ante la sorpresa de los padres que, en un principio, no entendían por qué si ellos acudían a logopedia por un retraso en el desarrollo del habla acabábamos hablando de alimentación. Pero poco a poco, según estos problemas iban mejorando, su lenguaje oral también avanzaba, sin ningún tipo de intervención directa.
Y así es como llegamos a esa conversación en la que ella me comentó lo poco que las familias saben sobre este aspecto: tienen la sensación de que los niños pasan de un tipo de alimentación a otra porque el pediatra les comenta que ha llegado el momento, pero sin pararse a pensar si su hijo se encuentra preparado o no. E igual pasa con el habla, en ningún momento se han parado a pensar que el habla tiene un componente motor, no sólo es aprender palabras, sino que entra en juego un gran número de estructuras y musculatura facial que el niño debe ir desarrollando y ejercitando en los primeros meses de vida.
Preguntas con respuesta
De esta manera llegamos a la primera cuestión: ¿cómo ejercita el niño estas estructuras? Cualquier persona, llegados este punto, se preguntará cómo un niño mejora su coordinación, fuerza… de los labios o de la lengua, por ejemplo, tan necesarios para poder articular correctamente los sonidos que va a necesitar para hablar. Pues este “entrenamiento” se lleva a cabo, en parte, por medio de la alimentación.
Vamos a poner un ejemplo. Cuando un niño nace, la alimentación es uno de los puntos importantes; o bien se elige lactancia materna o bien el biberón. En cualquiera de los dos casos, el niño succiona, que es un acto reflejo, es decir, no necesita de un control voluntario. Pero poco a poco, por medio de la maduración, pasa a ser una actividad voluntaria, y así, cuando algo se acerca a su boca ya no lo chupa de forma automática, sino que puede realizar otros movimientos diferentes. De esta manera podemos introducir la cuchara. Pero qué pasa entonces, que el cierre que antes hacía con los labios alrededor del biberón, ya no le vale para la cuchara, porque esta es más pequeña y tiene otra forma. Además ya no tiene que succionar, sino que tiene que usar los labios y la lengua de otra forma para poder comer. Lo mismo ocurre con el paso al vaso: la forma en la que el niño tiene que colocar su lengua y labios no es la misma que necesitaba para el biberón o el pecho, ni para la cuchara.
Todo este aprendizaje y adaptación a las nuevas situaciones vienen precedidos por una maduración que permite realizar este cambio, pero también es necesario un aprendizaje por parte del niño, al igual que de los padres, que deben conocer la mejor forma de introducir estos cambios, facilitando su adaptación con el objetivo de que el niño sea lo más activo posible en este proceso y buscando su mayor autonomía.
Este “trabajo” diario de las estructuras implicadas en la alimentación, pero al mismo tiempo en el habla, hará que el niño consiga una mayor destreza y variabilidad de movimientos, lo que le llevará a “jugar” con estas estructuras, moviendo la lengua de un lado a otro, haciendo “pedorretas”, intentando imitar al adulto que le refuerza con una sonrisa o una carcajada… Esto favorecerá la aparición de los movimientos más complejos necesarios para realizar todos los fonemas, sonidos del habla, necesarios para hablar.
Fuerza y coordinación
Así, el correcto cierre de los labios alrededor del biberón o del pecho, en un primer momento, y de la cuchara o del vaso, posteriormente, hace que ésta musculatura adquiera una adecuada fuerza y coordinación todo ello necesario, por ejemplo, para la correcta articulación del fonema /m/, en el que se necesita un buen contacto de los labios.
Aunque la mayoría de los niños realizan estos cambios y se adaptan a las nuevas situaciones sin ningún problema, otros pueden presentar ligeras dificultades. Con una intervención temprana y adecuada se logra que este tránsito sea más fácil y tenga la menor repercusión en el desarrollo futuro del niño.
Y nos surgen nuevas dudas. ¿Esto cómo se consigue? ¿Quién se encarga de orientar a los padres y de enseñar a aquellos niños que presentan alguna dificultad? Existe una especialidad dentro de la Logopedia que es la Terapia Orofacial y Miofuncional, que actuando sobre las diferentes estructuras tiene como objetivos, entre otros, adquirir correctos patrones de deglución y articulación, eliminar aquellos hábitos incorrectos y conseguir la mayor autonomía posible del niño.
Todo esto debe hacernos ver que los cambios en la alimentación no se producen de forma automática ni los niños empiezan a hablar de la noche a la mañana. El habla conlleva un proceso, del que muchas veces no somos conscientes, que requiere un aprendizaje, un “entrenamiento” anterior, que va a dar lugar a su correcto desarrollo.