Tras la jornada de la Red Menni sobre la conducción de vehículos después de un daño cerebral adquirido, el neuropsicólogo y coordinador de la Unidad de Daño Cerebral del Hospital Beata María Ana, Marcos Ríos Lago, explicó en el XII Congreso FANPSE por qué la intervención neuropsicológica y del equipo de rehabilitación es precisa para la recapacitación a la hora de conducir de las personas que han sufrido una lesión cerebral.
Bajo el lema ‘Neurociencia, Salud y Sociedad’, y durante los días 5 al 7 de marzo, se celebró en Sevilla el XII Congreso Nacional de la Federación de Asociaciones de Neuropsicología Españolas (FANPSE). En su labor de divulgación y desarrollo científico y profesional de la Neuropsicología, la organización reunió a más de dos centenares de profesionales de la especialidad, entre ellos algunos de la Red Menni de Daño Cerebral de Hermanas Hospitalarias.
Marcos Ríos Lago habló de la intervención neuropsicológica para la conducción de vehículos tras un daño cerebral adquirido. Para comenzar, el neuropsicólogo y coordinador de la Unidad de Daño Cerebral del Hospital Beata María Ana expuso algunas razones por las cuales merece la pena que la conducción de vehículos pueda formar parte del programa de rehabilitación: mejora la autoestima, ofrece sensación de libertad e independencia, es símbolo de autonomía, abre la posibilidad de retomar actividades habituales (laborales, sociales, de ocio…), etc.
El ponente señaló que, pese a ser una aspiración frecuente en rehabilitación y redundar en la calidad de vida de los pacientes, la conducción tras un daño cerebral no está exenta de riesgos sin evaluación y/o entrenamiento. Los datos apuntan que el las personas con DCA que vuelven a conducir sin entrenamiento tienen el doble de accidentes que la población sin lesiones cerebrales. “Sin embargo, no hay diferencias en cuanto al porcentaje de accidentes entre quienes reciben rehabilitación específica, lo cual demuestra el éxito de la intervención”, subrayó. Este hecho puede deberse a dos causas posibles. Por un lado, que el entrenamiento realmente capacite a las personas para volver a conducir con seguridad (mediante entrenamientos en atención, toma de decisiones, velocidad de procesamiento, percepción, etc.) y, por otra parte, que aquellas personas con dificultades tomen conciencia de ello y finalmente opten por no volver a conducir. En este segundo caso, las personas también van a necesitar un apoyo específico, para elaborar una posible sensación de pérdida de capacidades, y para reconducir el trabajo hacia otros objetivos que ayuden a mejorar la calidad de vida.
Si nos encontramos ante un paciente con buena evolución o dificultades leves-moderadas que aspira a volver a conducir, valoraremos alteraciones (físicas-sensoriales, cognitivas y emocionales) rendimiento funcional, si hay secuelas como la epilepsia y cuál es la medicación que toma para sopesar riesgos y beneficios. Es precisa la valoración individual de cada caso y la opinión facultativa favorable para iniciar el programa. En ese caso, los objetivos de la intervención –según explicó nuestro neuropsicólogo- son:
• Cognitivos: atención, memoria, planificación, velocidad, navegación, fatiga…
• Físicos: uso de adaptaciones, compensaciones, etc.
• Visuales: compensación de hemianopsias, visión binocular, etc.
• Reaprender habilidades previas y mejorar las existentes. También la normativa.
• Abordaje psicológico: ansiedad, miedos, aumentar confianza.
En cuanto a la evaluación del rendimiento, no existen procesos estandarizados validados, manifestó nuestro experto, si bien la conducción en circuito, la conducción en entorno real (coche con control dual) y los simuladores pueden servir de ayuda. En este punto hay que tener en cuenta si existen y hasta qué punto pueden ser incapacitantes algunos tipos de alteraciones visuales, alteraciones auditivas, dificultades en el equilibrio y mareo, en el tacto y la propiocepción, ataxia, temblor, espasticidad, etc., así como los condicionantes derivados de problemas que pueden influir en la atención, (fatiga, heminegligencia, atención selectiva, alterna y dividida), orientación, conciencia del déficit, estimación de riesgos, reconocimiento de señales, toma de decisiones, anticipación, planificación, control de impulsos, irritabilidad, percepción del riesgo…
Si existen dificultades en alguna de estas cuestiones la intervención se centrará no solo en el entrenamiento directo del proceso sino también en habilidades específicas, en estrategias metacognitivas y posibles compensaciones: audífonos, lentes, espejos y otros mecanismos y ayudas externas.
En la práctica, ¿cómo puede ayudar la intervención neuropsicológica a las personas con daño cerebral en su vuelta al volante? De múltiples formas, desde ayudar a la persona usuaria a ganar conciencia sobre sus limitaciones hasta en el desarrollo de aprendizaje de procedimientos o el traslado de información fiable a la familia para que pueda tener seguridad en la decisión.
Si el paciente no supera el programa de recapacitación o se desestima que vuelva a coger el volante, desde el equipo de rehabilitación y desde la familia ha de explicarse el proceso, con información clara, inequívoca y unánime para evitar reacciones de desesperanza y pérdida de autoestima, además de proteger la relación terapéutica.
En conclusión
“Hasta ahora, ¿habíamos sido excesivamente restrictivos?”, se preguntaba Marcos Ríos. “En el momento actual tenemos conciencia de la relevancia de esta situación. Somos conscientes de que hay que garantizar tanto la seguridad como los derechos individuales, aunque la predicción de éxito no es ni fácil ni precisa. Por otro lado, la persona candidata ha de saber que el entrenamiento es costoso (en tiempo y dinero invertido en clases de conducción y tecnología de adaptación del vehículo), y no garantiza el éxito. El rendimiento cognitivo es un factor fundamental, así como los cambios emocionales y de personalidad. En cualquier caso, la intervención neuropsicológica y del equipo de rehabilitación es precisa para la recapacitación a la hora de conducir”.