El director de la Red Menni de Daño Cerebral de Hermanas Hospitalarias habló de los trastornos psíquicos derivados del ictus y su tratamiento a estudiantes de la XXII edición del ‘Máster y Diplomatura de Postgrado en Psicogeriatría’ de la Universitat Autònoma de Barcelona. “Son alteraciones insuficientemente reconocidas y con gran impacto”, recordó.
Irritabilidad, agresividad, menor iniciativa, indiferencia emocional, rigidez de planteamientos, egocentrismo, infantilismo, preocupaciones hipocondríacas… A menudo familiares de nuestros pacientes nos refieren alteraciones emocionales y conductuales que observan en su ser querido y que resumen en una frase: “Ya no es la misma persona”.
En parte es cierto. “El daño cerebral en general, y por supuesto el causado por un ictus, da lugar a un abanico de trastornos psíquicos, entre los que destacan los trastornos emocionales/afectivos, las alteraciones de conducta y el déficit cognitivo. Y es frecuente la presentación combinada de estos trastornos”, -explicó el doctor José Ignacio Quemada a los estudiantes de la XXII edición del ‘Máster y Diplomatura de Postgrado en Psicogeriatría’.
Con el aval científico de Sociedad Española de Psiquiatría y el soporte de FIDMAG Hermanas Hospitalarias Research Foundation, este postgrado de la Universitat Autònoma de Barcelona quiere dar respuesta a las necesidades asistenciales derivadas de la realidad demográfica del envejecimiento, que se acompaña del incremento de trastornos mentales en la población.
Los ictus en la actualidad suponen la primera causa de discapacidad en España y la segunda causa de demencia. Tras la enfermedad coronaria y el cáncer son la tercera causa de muerte en países desarrollados. Su prevalencia es de 500 a 600 casos por 100.000 habitantes. La edad es un factor de riesgo de ictus, ya que la incidencia aumenta a partir de los 60-65 años.
“Los trastornos emocionales y conductuales tras el ictus son insuficientemente reconocidas pese a su gran impacto. Su tratamiento incluye farmacología, rehabilitación neuropsicológica e intervención familiar”, sostiene el psiquiatra director de la Red Menni de Daño Cerebral.
Emoción, estado afectivo, sentimiento
A modo de introducción, y para aproximarse al mundo de las emociones y su relación con la conducta, el doctor Quemada quiso distinguir entre emoción, estado afectivo y sentimiento. De una manera simple, puede decirse que la emoción es una reacción a eventos externos que dura minutos o segundos, que viene acompañada de una expresión facial específica y genera una conducta adaptativa. Sin embargo, un estado afectivo no de pende de eventos externos, dura días o semanas, sesga los pensamientos y no genera conducta adaptativa. Llamamos sentimiento al registro consciente de la emoción o del estado afectivo.
Combinación de síntomas físicos y mentales
Se estima que una de cada tres personas que han sufrido un ictus presenta síntomas depresivos. La depresión post-ictus puede asociarse a un cierto emocionalismo, es decir, a dificultades para controlar la respuesta emocional. No es extraño que estas personas comiencen a llorar o a reírse sin razón aparente, lo cual les genera angustia así como a sus cuidadores. La fatiga crónica, las reacciones catastróficas, la apatía o los déficits cognitivos (concentración, memoria) forman parte del diagnóstico diferencial de los trastornos depresivos.
El doctor se refirió, entre otros estudios, a la tesis doctoral de nuestra compañera Naiara Mimentza, neuropsicóloga del Servicio de Daño cerebral del Hospital Aita Menni, que analiza la presencia de consecuencias psicopatológicas tras un ictus según edad y lateralidad y aboga por incorporar la valoración psicopatológica tras el daño cerebral.
“La patología del sistema vascular cerebral genera una combinación de síntomas físicos y de problemas mentales. Si bien existe un limitado interés por estos últimos, con la excepción de la depresión post-ictus. Inciden en su comprensión la neuropsicología, la neuropsiquiatría y la neurología de la conducta”, asegura nuestro psiquiatra. Como ejemplo del alcance de estas alteraciones mentales, expuso el caso clínico de un paciente con excelente evolución en la rehabilitación física que fracasó en su vuelta al trabajo debido a la fatiga.
Influencia en la calidad de vida y en la recuperación
Tanto la depresión como algunas alteraciones psicopatológicas pueden ser consecuencia importante del accidente cerebrovascular, pero a menudo no se detectan o se tratan de manera inadecuada. Por otro lado, la ansiedad, la irritabilidad, el descontrol de impulsos, la falta de conciencia del déficit o la apatía, entre otros trastornos, influyen en la vida cotidiana y en la recuperación.
“La evidencia científica disponible sugiere que las intervenciones farmacológicas y la terapia psicológica pueden prevenir este tipo de alteraciones y mejorar el estado de ánimo después del accidente cerebrovascular”, concluyó el doctor.