El doctor José Ignacio Quemada, director de la Red Menni de Daño Cerebral, y el neuropsicólogo Marcos Ríos Lago, coordinador de la Unidad de Daño Cerebral del Hospital Beata María Ana, formaron parte del panel de conferencistas del I Congreso Iberoamericano de Neuropsicología. En este encuentro científico, que se celebró en Bilbao del 1 al 4 de junio, intervinieron ponentes de gran prestigio, como John DeLuca, Bárbara Wilson, Donald Stuss o Robyn Tate.
Alteraciones de la conducta
Irritabilidad, agresividad, disminución de la iniciativa, indiferencia emocional, rigidez, egocentrismo, infantilismo, preocupaciones hipocondríacas, exacerbación de rasgos previos. Estos son algunos de los cambios en el funcionamiento psíquico que se producen tras una lesión en el cerebro. Y si bien las familias no definen síndromes psicóticos, sí acostumbran a decir que la persona tras el daño cerebral “ya no es la misma”. “Su conducta ha cambiado sustancialmente y, a menudo, eso está creando problemas de convivencia importantes. Los profesionales de la psicología y la psiquiatría tenemos la apasionante tarea de comprender los mecanismos que inciden en su desencadenamiento y desarrollar estrategias de intervención”, aseveró responsable de la Red Menni.
Las alteraciones de la conducta, tan frecuentes como consecuencia de un daño cerebral, y entre las que destacan la apatía y la desinhibición, centraron la exposición de nuestro psiquiatra. En primer lugar, distinguió entre trastornos conductuales derivados de ictus y TCE. En el caso de los ictus las lesiones focales se combinan con el envejecimiento. Una vez repasados conceptos complejos, como la cognición social, y “partiendo de la hipótesis de que las emociones son el motor de la acción“, el doctor Quemada lamentó que la depresión post-ictus -que comparte con las alteraciones de la conducta síntomas como la apatía-, sin ser el mayor de los problemas en el daño cerebral sea el que tradicionalmente ha recibido más atención.
Tras explicar que los déficits cognitivos clásicos ocasionan alteraciones conductuales (una persona con afasia tiende al aislarse socialmente, por ejemplo) y aconsejar el tratamiento del insomnio y la depresión, Quemada subrayó que “hay muchos problemas que no son accesibles a tratamiento farmacológico”. Es aquí donde interviene la rehabilitación neuropsicológica, que con frecuencia ha de encargarse más de la compensación de las secuelas del daño cerebral que de su restauración. A modo de resumen, concluyó:
- Las alteraciones conductuales en daño cerebral son el resultado de la interacción de personalidad previa, disfunción de procesos psíquicos e interacción con el entorno
- Los procesos psíquicos son cognitivos, emocionales, volitivos o quizás combinaciones de ellos
- Psicofarmacología, psicoterapias e intervención con familias son las herramientas terapéuticas
- La reconstrucción de proyectos de vida es el objetivo
Velocidad de procesamiento
La neuropsicología clínica se ocupa de identificar los déficits cognitivos y sus efectos en la vida diaria de los pacientes, de diseñar instrumentos adecuados de valoración y de establecer un plan de rehabilitación. El neuropsicólogo Marcos Ríos habló de velocidad de procesamiento cognitivo y de la importancia del tiempo de respuesta en la vida cotidiana. Los problemas de atención y la lentitud a la hora de procesar la información son algunas de las alteraciones cognitivas habituales en las personas con traumatismo craneoencefálico. “Las lesiones axonales en la materia blanca parecen ser un factor determinante en la velocidad de procesamiento, tienen que ver con los mecanismos de reacción y memoria”, declaró.
¿Cuál es la relación entre la velocidad de procesamiento de la información (VPI) y otros procesos cognitivos como la memoria, la capacidad de atención o el control ejecutivo? ¿Las lesiones amplifican las características anteriores al TCE? Nuestro neuropsicólogo trató de responder a estas y otras preguntas que no concitan un consenso claro. Aludiendo al símil entre hardware y software, apuntó la posible existencia de una velocidad ‘cognitiva’, basada en la eficiencia de procesos, y una velocidad ‘estructural’, dependiente de la anatomía. Entre ambas -dijo- se establece una “complicada relación“. Los avances en las técnicas de neuroimagen y del registro de la actividad cerebral están aportando información relevante en cuanto a las estructuras que pueden subyacer a la VPI o la lentitud en el procesamiento de información (LPI).
Pero, según Ríos, además, hay que considerar los factores que pueden influir en la velocidad de respuesta: aspectos motivacionales, tener práctica con la tarea (como resultado del aprendizaje y el entrenamiento), prestar atención, la existencia de alteraciones en el estado de ánimo (depresión, ansiedad, etc.), la impulsividad, la presencia de apatía, dificultades motoras que puedan condicionar el rendimiento, etc.
A pesar de la dificultad a la hora de extraer conclusiones y aunque las lesiones en la sustancia blanca parecen ser un factor determinante en la VPI, Ríos cree que también es posible detectar mecanismos y alteraciones más ‘cognitivos’ y, quizá, ligados a la sustancia gris. Por tanto, es necesario seguir profundizando en esta línea de investigación.
Ante la cuestión de si se puede rehabilitar/entrenar la velocidad de procesamiento, Marcos Ríos contestó que a los seis meses de tratamiento se observa una reducción en los tiempos de reacción. Esto plantea otra cuestión: ¿se trata de aprendizaje o de mejoría? No se puede generalizar sobre estos resultados, hay que continuar investigando sobre la posible interacción entre estrategias rehabilitadoras, evolución de la enfermedad, interacción con tratamientos farmacológicos, etc. De este modo se podrá diseñar con mayor precisión el programa de rehabilitación más adecuado para cada paciente.