¿Qué puede hacer la neurociencia ante enfermedades como la anorexia? Marcos Ríos Lago habló en Zaragoza de las implicaciones y aplicaciones para la psicología y la psiquiatría que suponen los avances en el conocimiento del cerebro y su aplicación en los trastornos de la conducta alimentaria.
La neuropsicología relaciona la neurobiología con la psicología, lo cual puede contribuir a aumentar el conocimiento de ciertas enfermedades. La anorexia, ejemplo muy frecuente de trastorno de la conducta alimentaria, podría ser una de ellas. Por la experiencia de los equipos de rehabilitación del daño cerebral de la Red Menni en el tratamiento de lesiones cerebrales, Marcos Ríos Lago, coordinador de la Unidad de Daño Cerebral del Hospital Beata María Ana, puede afirmar que son efectivos los llamados entrenamientos “indirectos”.
“Si hablamos de la anorexia nerviosa, observaremos que dos áreas están menos representadas entre los artículos más citados: las bases neuroanatómicas de la enfermedad y su tratamiento. Pese a que los mecanismos de la enfermedad han tenido un gran interés, las bases neurales de la misma solo están cobrando fuerza en los últimos años”. Marcos Ríos Lago se trasladó hace unos días para participar en las II Jornadas de Fundación APE que tiene como objetivo principal prevenir y erradicar los trastornos de la conducta alimentaria (TAC) en nuestra sociedad. Tras hablar de los distintos métodos de investigación sobre la relación de distintas enfermedades mentales, lesiones cerebrales y trastornos del espectro autista, entre otros, y el comportamiento humano a lo largo de la historia, nuestro neuropsicólogo se detuvo ante algunos de estos efectos, como los problemas de inhibición y las alteraciones perceptivas.
Neurociencia cognitiva
A medio camino entre la psicología cognitiva y la neurociencia, el objetivo de la neurociencia cognitiva es mejorar el conocimiento sobre la cognición humana. Se sirve de técnicas propias de las ciencias del cerebro en concordancia con las cognitivas. Citando a Posner y DiGirolamo, nuestro experto aclaró que “las funciones cognitivas complejas pueden descomponerse en procesos más simples, que estos procesos simples pueden localizarse anatómicamente y estudiarse con relativo aislamiento (módulos), y que los módulos interactúan entre sí para sustentar las actividades mentales”.
Según Marcos Rios, queda clara la utilidad de los modelos teóricos desde la neurociencia cognitiva: “A mayor conocimiento, mayor posibilidad de diseñar tratamientos”, declaró, si bien matizó que es necesario diseñar tratamientos guiados por hipótesis o modelos para que se puedan ir optimizando procedimientos a partir del conocimiento. De igual modo incidió en que es necesaria una mayor relación entre investigación básica y aplicada.
Alteraciones en la percepción
¿Qué dice la neurociencia de la anorexia? Las personas con anorexia, con más frecuencia mujeres aunque también existe la anorexia masculina, no realizan juicios correctos sobre el tamaño y distribución de algunas estructuras: manifiestan estimaciones erróneas de su peso y talla, así como distorsiones de su imagen y tamaño corporal. Su rendimiento cognitivo se ve alterado en cuanto al reconocimiento visual de objetos, las habilidades hápticas (a través del tacto) y por una pérdida de la percepción de la “globalidad”. Entre otras características, también muestran excesiva atención a los detalles (ligada normalmente a la ansiedad) y dificultad de unificar información en un único percepto.
Ríos explicó cómo funcionan algunos componentes perceptivos en el cerebro, y cómo existen dos vías para la percepción: 1) la vía ventral, que permite el reconocimiento de los objetos y también es conocida como “la vía del qué”, y 2) la vía dorsal, que permite la interacción con los objetos en el espacio, y también se denomina la vía del “cómo” o del “dónde”. Estas dos vías no trabajan bien en anorexia, donde existe una hiperactivación de la vía del qué y una hipoactivación de la vía del donde. Este desequilibrio también se puede observar desde un punto de vista de la conducta, ya que se ha registrado un rastreo ocular del espacio atípico en estas pacientes.
Intervienen distintos mecanismos: de valoración preatencional, atencionales y de acción motora, el estado afectivo y las características de personalidad. Los procedimientos actuales de medición (test neuropsicológicos, técnicas de neuroimagen y registro de la actividad cerebral) detectan algunas alteraciones, como la reducción de la actividad en la vía dorsal ante estímulos que han sido manipulados y sólo muestran bajas frecuencias (se eliminan los contornos finos y se dejan los claroscuros) y otras alteraciones de la vía dorsal también descrita en el trastorno obsesivo compulsivo. De igual modo se observa un aumento de la actividad de la vía ventral. “El resultado es una conciencia visual defectuosa en la que los detalles no se integran en un todo, sino que sobreviven como ‘defectos’ (como en simultagnosia, donde se ‘ven’ los detalles pero no se integran en un todo con identidad y significado)”.
Influir en la “decisión perceptiva”
¿Es posible que entrenando el sistema visual en el procesamiento de las bajas frecuencias, mejore el rendimiento en la percepción y procesamiento global? ¿Modificando la conducta de movimientos oculares podría aumentarse el procesamiento dorsal y disminuir el ventral? ¿Es posible que manipulando parte de los componentes perceptivos se pueda reentrenar la selección atencional? Aunque en este sentido quedan todavía muchas cuestiones por resolver, algunos autores en de la Universidad de California en Los Ángeles (UCLA) han sugerido un modelo de tratamiento que incorpora estas ideas como parte de un programa más amplio. En la actualidad están realizando un ensayo clínico para ver si este tratamiento, junto con otros procedimientos más habituales, tiene un impacto positivo en la evolución de esta enfermedad. “Aún no existe un tratamiento plenamente satisfactorio para todos los casos, pero los avances en neurociencia están aportando nuevas vías de intervención y quizá permitan alcanzar resultados más positivos. Vamos, que es muy importante la investigación básica y el conocimiento del cerebro, y también muy importantes las relaciones entre el mundo académico y el mundo clínico”, apuntó Ríos.
Partiendo de la base de que un funcionamiento alterado del sistema fronto-límbico-estriado, lleva a un rastreo compulsivo de las características de los objetos con valencia negativa y, puesto que la vigilancia está mediada por estructuras que guían la atención y los movimientos oculares (FEF -campos oculares frontales-, colículos superiores, tálamo, corteza parietal lateral), dependiendo del input en corteza visual, se pueden activar la regulación emocional, el control cognitivo y los movimientos oculares. Cuando se aceleran los movimientos oculares, el procesamiento de las bajas frecuencias (vía dorsal) se ve reducido/suprimido. También se aumenta el procesamiento de la vía ventral. Debido a que la hipervigilancia prolongada (inherente a la ansiedad) drena los suministros de energía y deteriora la homeostasis, la vigilancia de los objetos en el ambiente será lo más eficiente posible cuando la vigilancia sea “fugaz y se limite a los momentos en que se prevén (con precisión) situaciones de alto riesgo”. Así, tal vez podamos influir en la “decisión perceptiva”, manipulando la distribución de la atención, reduciendo la velocidad de los movimientos oculares, de hecho, disminuyendo la actividad asociada a vigilancia, podremos aumentar la actividad en la vía dorsal y mejorar la precisión perceptiva, concluyó nuestro neuropsicólogo.