Julio Salazar quiere compartir su vivencia desde el grave atropello que sufrió hasta que recibió el alta en el Hospital Aita Menni de Mondragón, para ayudar a las personas que, como él, puedan pasar por momentos ‘oscuros’ durante el proceso de rehabilitación del daño cerebral. Junto a esta ‘Historia de una aventura vital’ -que escribió ‘de un tirón’-, quiere subrayar algunos mensajes: 1) No hay que perder la paciencia en este proceso lleno de dificultades. 2) Hay que superar la ansiedad. 3) Hay que buscar y encontrar esa fuerza, que todos tenemos, para salir adelante. Sobre este último punto, su mente de ingeniero tiene claro que identificar cuáles son los factores que a cada cual le pueden ayudar es fundamental y, aquí, no olvida agradecer el apoyo que le han mostrado su familia y amigos. “Si te dejas vencer por el pesimismo estás perdido. Si te rindes, puedes acabar amargándote la vida y la de las personas que te quieren. Por el contrario, al aportar algo, al ayudar a los demás, te sientes bien; tiene efectos claramente positivos y te sirve incluso en la recuperación”, asegura.
Aquí empezó todo: sábado 27 de febrero. Semana 8 de 2021
Primeras semanas
Sufro un impacto por atropello de un autobús en un paso de cebra. El autobús circula a cerca de 50 km/h.
Soy trasladado al hospital de Cruces en ambulancia, con un traumatismo craneal importante y algunas heridas (rotura de costillas) de cierta consideración. Estancia en Cruces:
- Cuatro semanas en la UCI-Reanimación, sedado, intubado y con distintas patologías (infecciones, neumonías…)
- Tres semanas en la Planta de Neurocirugía
- Alimentación parenteral y nasogastrica
- Traslado a Aita Menni en ambulancia, la semana 15 del 2021 (jueves, 15 de abril).
Condición de mi consciencia durante estas primeras semanas
Mi cerebro no funciona durante este periodo en ningún momento. Tan solo funciones muy básicas, pero no la consciencia, la inteligencia o la memoria. Transmito breves respuestas al equipo médico y a mi familia en Cruces, pero no soy consciente de nada y no recuerdo nada en absoluto de lo que pudiera haber pasado y de mi estancia en el hospital de Cruces. Tampoco recuerdo el traslado y llegada a Aita Menni, ni siquiera de la colisión inicial con el autobús.
Primera semana en Aita Menni
Ningún recuerdo en absoluto. Conozco, por comentarios recibidos por personas de Aita Menni, momentos difíciles, sin ninguna consciencia identificable por mi parte. Aun estando ya en Aita Menni, continúo en mi fase oscura (problemas con la alimentación, falta de entendimiento y seguimiento de las pautas indicadas por el personal del centro, detalles que conozco en días posteriores ya que en los primeros 3 o 4 días (no soy capaz de precisar más este dato) mi cerebro aún no procesa debidamente ninguna información. De esta fase inicial en Aita Menni, sigo sin recordar nada.
Mi cerebro se activa. Llega el día
De algún modo que no comprendo, pero soy capaz de describir, un día ocurre lo siguiente:
Me despierto y desde mi cama en Aita Menni, mi cerebro está procesando señales que me permiten identificar el entorno (la habitación donde estoy alojado), mi propio cuerpo (estoy todavía en la cama, sujeto con sistemas de seguridad para evitar caídas o movimientos no deseables) y mis principales características como persona. Vivo una gran confusión que deriva en una gran ansiedad, ya que a pesar de una cierta recuperación de la consciencia en aquel momento, que actualmente recuerdo perfectamente, no entiendo dónde estoy, por qué estoy allí, quién me había llevado allí y no soy capaz de interpretar correctamente ninguno de esos detalles.
Sin embargo, ha pasado por primera vez que soy consciente de algo, mi inteligencia funciona, mi memoria también, reconozco al personal de Aita Menni y descubro mi realidad (una parte todavía). Sé quién soy y sé qué hacía yo en la vida (familia, trabajo, amigos, idiomas…). Me sorprendo cuando voy a desayunar al comedor y descubro otra realidad: hay personas dañadas por la enfermedad y hay gente que les cuida y les cuida con un ánimo excelente. Mi cerebro está haciéndome pensar como cuando trabajaba: yo me encuentro bien, estoy débil pero no estoy lesionado, puedo andar sin ir en una silla, no conozco a nadie de los que están allí. ¿Qué está pasando?
¡¡¡¡Todavía tengo que luchar!!!!
No estoy tranquilo, siento ansiedad, duermo poco, hasta las 4-5 de la mañana como mucho, el arnés de sujeción de mi cama me destroza mis lumbares y me duele la espalda. Pienso constantemente pero no logro vencer mi ansiedad, incluso alguna noche lloro amargamente con mis peores pensamientos en mi cabeza, donde involucro como responsables de mi situación a todo el mundo que conozco, incluida mi mujer (iiiqué barbaridad!!!), a quien llego a negar mi confianza, buscando una salida inmediata de Aita Menni. La situación es asfixiante y considero que nadie, ni el personal del hospital ni mi familia me están aportando la información que necesito para entender lo que está pasando. Me planteo incluso abandonar mi casa. Son los momentos más oscuros.
Fueron 8-10 días muy duros. Mi sistema cerebral/neuronal (no sabría precisar cuál de los dos) funcionaba ya bien. Sin embargo, debido a la ansiedad y la falta de información precisa, planteaba cosas a mi mujer que no se me habrían ocurrido nunca en condiciones normales. No lo eran. Negaba todo lo que se me comentaba y yo no recordaba, incluido el propio atropello del autobús, la fractura de ocho costillas (totalmente recuperadas ya antes de la llegada a Aita Menni) o mi paso por el hospital de Cruces. Me preguntaba si estar ocho semanas sin recordar nada (nada significa 0,0) equivale a un estado ideal para afrontar una muerte de la que entiendo que tampoco me hubiese enterado en absoluto. Pero estaba en Aita Menni y solo quería salir de allí para recuperar el control y gobierno de mi vida.
Tengo que cambiar esto
Mi ánimo llega a mínimos. Transmito a la institución mi incomodidad en el centro de Aita Menni, especialmente en mi cama, la falta de sueño y mi falta total de información suficiente que me ayude a entender mi situación en el máximo detalle que la ciencia pueda aportar. Recuerdo ligeramente la primera visita que tuve de mi familia, sin demasiados detalles. Creo que aún no estaba preparado.
Recibo algunas llamadas telefónicas de mi mujer y de amigos, de esos que son de verdad y que nunca te dejan en el camino. Alguna llamada me ayuda, otras son un fracaso, dado mi nivel de ansiedad. Opto por cambiar cosas.
Abro mis puertas
Sigo estando anclado a mi cama. Me pregunto si es aceptable, pero se me contesta que son normas de seguridad. No estoy de acuerdo en absoluto y decido que tengo que cambiar las condiciones de mi cama de alguna manera para poder dormir. Opto por buscar una inclinación distinta con el mando de la propia cama, elevando ligeramente el elemento que soporta el tramo de mi cabeza a mi cintura, cambio la elevación del elemento que soporta el tramo de mi cintura a mis rodillas y finalmente cambio también la orientación del tercer tramo (de las rodillas hasta los pies). Por primera vez, siendo consciente, duermo, despertándome al amanecer (lo habitual en mí). Es una gran sensación, sigo un poco débil, pero descanso. Mi ansiedad baja ligeramente.
Empiezo a comunicarme abiertamente con alguno de los empleados y también con algunos pacientes. Los contactos son respetuosos, pero quizás no siempre positivos. Transmito al personal mi impresión de que algunas personas no somos debidamente instruidas para afrontar una situación como la que yo estoy sufriendo. Quizás debería hacerse en el momento en el que el paciente muestra su primera fase de consciencia, es decir, demuestra el conocimiento del medio y de sí mismo, inteligencia y memoria. Creo que el sistema tiene una carencia seria en este aspecto que radica en una dificultad por parte del equipo del centro para identificar claramente la condición de consciencia real del paciente, tal y como está descrita en párrafos anteriores. Recuerdo que lo comente con personal del centro.
Una persona bastante más joven que yo, de Vitoria, me transmite muy buenas ideas, sencillas pero eficaces: vamos a conseguir recuperarnos y vamos a salir de allí. Hay que peleárselo y trabajar todos los días. No perder nunca la confianza en los tuyos. El centro de fisio para la rehabilitación es nuestra baza fundamental. Logopedas, fisioterapeutas, enfermeros, médicos, todos nos van a ayudar. Hay que animarse como sea. Me sorprende su positividad.
Sus ideas me ayudan. El sueño me ayuda. Las siguientes visitas de mi familia me ayudan muchísimo. Empiezo a sentir la ayuda del personal del centro también. Son una maravilla. Empieza a descender mi nivel de ansiedad y mis comunicaciones con mi familia y amigos mejoran notablemente.
Empiezo a relacionarme abiertamente. Recuerdo a una persona relativamente joven de Nigeria. Magníficas conversaciones sobre su país, sobre Lagos, el colonialismo inglés y los efectos en su país, los modelos económicos y más cosas. Salió de Aita Menni pronto, creo que bastante recuperado. Le pasé mi teléfono y mi correo. También una buena relación con otra persona de raíces africanas (Ghana), criado en California y finalmente integrado en Euskadi. Buenos momentos. Soy totalmente consciente de que hablo inglés perfectamente, desde hace 40 años. También recuerdo los detalles de lo que hacía en mi profesión, mi pasión por el conocimiento y la ciencia. De hecho, empiezo buscar artículos por internet en los ordenadores de Aita Menni, tratando de entender las posibles causas de las lesiones de las personas que me rodean: ictus, hemiparesia, investigaciones… Recuerdo también que antes del accidente, en enero del 2021, ya estaba leyendo temas de biotecnología, que había terminado hace tiempo mi Máster de Astronomía y Astrofísica y todo tipo de detalles sobre mi experiencia de 35 años de ingeniería avanzada. No oculto mi falta de interés por otro tipo de actividades en Aita Menni (les llamaría mejor juegos). Todo mejora. Mi ánimo es bueno, las visitas de mi familia son maravillosas, también las conversaciones telefónicas con amigos, solicitadas por mi mujer a nuestros amigos de toda la vida. Ellos entienden mi problema y me guían a mantener la razón en las cosas que empiezo a plantearme.
Julio con su hijo Jon dando un paseo por las inmediaciones del Hospital Aita Menni en Mondragón
Me acerco a otras personas. La gente que trabaja allí me sorprende cada día. Es general, son admirables. Encuentro otras personas con las que mantengo la relación. En algunos casos sus problemas son bastante más serios que el mío. Al menos es la convicción que yo tengo. A primeros de mayo ya ando, camino bien dentro y fuera del edificio (fantásticos paseos con mi mujer como fotógrafa, mi hijo y mi hermano como ayudantes de mi silla, que la voy dejando poco a poco considerando la progresión que demostraba), corro un poco en la cinta del gimnasio, sigo la disciplina con nuestros fisioterapeutas. Echo de menos a mi hija que está en Dinamarca, pero hablo con ella. Me reconforta enormemente.
Recuerdo que yo era un atleta de 96 kg cuando el autobús me atropello a casi 50 kilómetros por hora. Había perdido unos 15 kg de peso, fundamentalmente de masa muscular en los hospitales. Todavía estoy algo débil, pero ya puedo hacer cosas, incluso ayudar. Ocasionalmente empiezo a bajar a alguna persona en su silla desde el comedor al centro de rehabilitación, recorriendo el pasillo largo y utilizando el ascensor. Me acuerdo de la primera vez que lo hice. Tranquilicé a las auxiliares diciéndoles que lo tenía todo controlado (¡¡¡seré bilbaino!!!). Esperé a una de ellas para que nos acompañara. Todo fue muy bien. Otro día, yendo de la habitación al comedor detrás de una de las auxiliares, ésta pisó una zona húmeda a la entrada de uno de los baños y cayó al suelo. Le ayudé a levantarse del suelo y afortunadamente no tenía ninguna lesión. Un pequeño golpe sin importancia. Me empezaba a encontrar mejor cada día. Hasta me dejaron hacer una tortilla de patatas, aunque no la pude compartir por los riesgos del Covid-19.
También comuniqué a las personas que trabajaban en Aita Menni que mi compañero de habitación me preocupaba porque tenía un claro síntoma de padecer apnea en su sueño. Era muy obvio. Espero que haya conseguido superarlo.
El día de salir
El día 8 de junio me voy de Aita Menni en Mondragón para seguir la rehabilitación en la instalación de Aita Menni en Bilbao, en la calle Egaña, muy cerca de mi casa. Todavía tengo alguna secuela de parálisis facial, no muy importante, pero que merece una atención, pero por lo demás me encuentro muy bien.
Soy una persona emotiva, más que como lo era antes del accidente. También soy mucho más, sensible con las personas. No es que antes no lo fuera, pero sí era más duro, más exigente conmigo mismo, en la vida familiar, en el trabajo… llegando a estresar a veces a otras personas, por esa exigencia que me autoimponía.
Creo que el nuevo formato de Julio Salazar, versión 2.0, es tan bueno como el anterior, pero un poco distinto en los detalles comentados.
Tengo ganas de salir para ir a mi casa, sin embargo, me da pena y un poco de tristeza, porque las últimas tres semanas fueron en general muy buenas y dejaba a gente estupenda en Aita Menni, luchando todavía por su salud unos, ayudándoles los otros. Mi sensibilidad estaba en máximos, pero estaba bien. ¡¡¡La entrada en casa fue algo magnífico para todos!!!
Mi vida empezaba a normalizarse tras haber aceptado mi anteriormente desconocida realidad. Mi familia está feliz y yo también tras superar un momento duro, muy duro.
Esta ha sido mi historia y estas son mis conclusiones:
Debemos cuidar a las personas, entender la física y la ciencia, y desarrollar y aplicar la tecnología hasta los límites que seamos capaces de comprender y desarrollar. Es complejo, pero debemos revisar también los actuales modelos sociales, económicos y empresariales para garantizar la sostenibilidad de nuestra sociedad en nuestro planeta.
Julio Salazar