“Se debe incorporar la valoración de las alteraciones psicopatológicas en las evaluaciones neuropsicológicas, ya que dichos trastornos marcan el día a día y el futuro de las personas que han sufrido un ictus y sus familias”. Así lo afirmó Naiara Mimentza en la lectura de su tesis doctoral, el pasado día 22 de marzo, en la Universidad de Deusto.
El presidente del tribunal, Enrique Echeburua, catedrático de Psicología Clínica de la UPV/EHU y Premio Euskadi de Investigación 2017, destacó la relevancia clínica y social del trabajo “algo muy poco habitual, sobre todo teniendo en cuenta que abarca y compara el estado de los pacientes en un largo plazo de tiempo”. Se sumaron a las felicitaciones por la complejidad que entraña abordar un estudio de este tipo los también miembros del tribunal y doctores en Psicología, Imanol Amayra, de la Universidad de Deusto, y Marcos Ríos, de la UNED. El estudio fue codirigido por el doctor José Ignacio Quemada, director de la Red Menni de Daño Cerebral de Hermanas Hospitalarias, y la doctora en Psicología por la Universidad de Deusto Nuria Ortiz. La investigación recibió la calificación de sobresaliente con propuesta para la mención cum laude.
El ictus es la interrupción brusca del flujo sanguíneo cerebral que genera una combinación de síntomas físicos y de alteraciones mentales. Los datos epidemiológicos sitúan al ictus como la segunda causa de muerte y la primera causa de discapacidad en Europa, y como la segunda causa de muerte en España, llegando a ser la primera en el caso de las mujeres. Las secuelas del ictus son múltiples y, dependiendo de la gravedad y de la zona afectada, se manifiestan en trastornos de la movilidad y de la sensibilidad, problemas de comunicación, déficits cognitivos y alternaciones emocionales y de la conducta.
De acuerdo a los datos aportados por Naiara Mimentza, los ictus son una patología con una alta incidencia (200 por 100.000 habitantes) que generan “un amplio abanico de trastornos psíquicos y un alto impacto tanto en los pacientes como en sus familias; se correlacionan con peores resultados funcionales, menor participación social, conflictos familiares, sobrecarga al cuidador, mayor institucionalización, mayor mortalidad y peor calidad de vida”.
“Las alteraciones psicopatológicas del ictus se encuentran en un segundo plano de la rehabilitación; en la actualidad, sin haber alcanzado la importancia de la fisioterapia o de la logopedia”, incide la neuropsicóloga de Aita Menni.
Estudio empírico
La muestra, formada por 94 sujetos divididos en dos grupos; el grupo de estudio compuesto por 47 personas con ictus y el grupo control conformado por 47 personas sanas. En relación a las variables sociodemográficas de la muestra, la edad media de las personas participantes fue de 60 años y ¾ partes de la muestra estaba compuesta por hombres.
Los objetivos del estudio eran:
- Describir la prevalencia de depresión, ansiedad, irritabilidad, agresividad y apatía 3, 6, y 12 meses después del ictus y determinar si existen diferencias estadísticamente significativas entre ambos grupos en cada momento de valoración.
- Determinar si existe relación entre la depresión, la irritabilidad, la agresividad y la apatía, así como entre cada una de las alteraciones psicopatológicas y la capacidad funcional 3, 6 y 12 meses después del ictus.
- Determinar la evolución de la psicopatología durante el primer año después del ictus.
Prevalencia de alteraciones psicopatológicas
En el caso de la depresión, en la primera valoración (3 meses) casi la mitad de la muestra presenta un trastorno depresivo, disminuyendo en las siguientes valoraciones. Respecto a la ansiedad, casi el 30% presenta ansiedad en las dos primeras valoraciones (3 y 6 meses después del ictus), disminuyendo al 15% al año del ictus.
En relación a la apatía, en la primera valoración la mitad de las personas con ictus presentaron apatía, siendo del 32,4% en la segunda valoración y del 25,90% en la tercera valoración. Los datos indican que la apatía presenta relación con la funcionalidad de las personas con ictus y que se hace necesario crear protocolos específicos de intervención para este trastorno.
Apatía como síntoma independiente y máximo impacto en la funcionalidad
Al analizar las correlaciones entre las diferentes alteraciones psicopatológicas destacan las correlaciones obtenidas entre depresión, ansiedad e irritabilidad en las tres valoraciones (3, 6 y 12 meses después del ictus), así como la progresiva reducción en las correlaciones entre apatía y el resto de alteraciones psicopatológicas.
La apatía tiene un comportamiento más independiente. Es decir que las correlaciones que ha presentado con el resto de alteraciones psicopatológicas han sido muy reducidas. Únicamente se ha correlacionado con la depresión en la primera y la segunda valoración y con la irritabilidad y la agresividad en la primera valoración.
Los datos indican que la apatía presenta correlaciones inversas con la funcionalidad de las personas con ictus, independientemente de la escala funcional utilizada. Estos hallazgos son relevantes de cara a planificar los protocolos de intervención de la apatía en nuestra práctica clínica.
Conclusiones
o Existe una alta prevalencia de depresión, ansiedad y apatía a los 3, 6 y 12 meses después del ictus.
o Existe una importante diferencia entre ambos grupos en depresión, ansiedad, irritabilidad y apatía a los 3,6, y 12 meses después del ictus.
o Ausencia de agresividad física y reducida presencia de agresividad verbal.
o La depresión, la ansiedad y la irritabilidad han mostrado altas correlaciones.
o La apatía ha correlacionado muy poco con el resto de alteraciones psicopatológicas.
o El impacto de la apatía en la capacidad funcional de las personas con ictus ha sido mayor que el impacto del resto de alteraciones psicopatológicas.
o La apatía es la única que desciende de forma significativa a lo largo del primer año después del ictus.
Reflejo del estudio en los medios de comunicación: