Más ictus, menos accidentes
La problemática del daño cerebral empezó a cobrar importancia a finales de la década de los 80 y comienzos de los 90. Por aquel entonces la siniestralidad en accidentes de tráfico había adquirido proporciones muy preocupantes.
En el año 1992, por ejemplo, se contabilizaron más de 5.000 muertes en las carreteras españolas. Esto suponía casi 14 personas fallecidas al día.Desconocemos el dato de los lesionados graves pero es fácil deducir que serían muchas las personas con traumatismo craneoencefálico (TCE) severo. A la alta siniestralidad se le añadió en aquella época un extraordinario desarrollo de todas las técnicas de atención al paciente crítico y politraumatizado. Mejoró el trasporte medicalizado, tanto en lo referente a la rapidez de asistencia como a la pericia técnica en las primeras fases.
De forma paralela, se fueron generalizando los servicios de medicina intensiva y las técnicas de monitorización de presión intracraneal e intervención neuroquirúrgica. La resultante de la combinación de alta siniestralidad y mejor atención médica en la fase aguda fue una mayor tasa de supervivencia de personas con lesiones severas. Muchas de estas personas eran jóvenes y presentaban una esperanza de vida dilatada.
La sociedad comenzaba a experimentar intensos cambios sociológicos que suponían una menor disponibilidad de cuidadores informales y a generar una mayor exigencia de rehabilitación y atención a estas personas.
Los primeros servicios especializados en la rehabilitación del daño cerebral se iniciaron en la década de los 90, y de igual manera surgió un importante movimiento asociativo que en 1995 desembocó en la creación de la Federación Española de Daño Cerebral (FEDACE).
La tendencia a la reducción de los accidentes de tráfico se refleja en el descenso del daño cerebral adquirido causado por TCE. Hoy la mayoría de las lesiones cerebrales provienen de los ictus, que se han incrementado a causa del progresivo envejecimiento de la población.